lunes, 25 de enero de 2016

Viejos planes para nuevas masacres

La ONU ni apaga fuegos ni sirve a los ciudadanos de los países; simplemente defiende los intereses globales que controlan el mundo.

Si uno se expone con regularidad a esa droga o lavado de cerebro que se llama “medios de comunicación”, podrá intuir sin demasiado esfuerzo que el mundo camina inexorablemente hacia un escenario global muy tenebroso y apocalíptico de guerra de religiones, culturas o civilizaciones. Nada nuevo, por cierto. En nombre de la religión se han llevado a cabo tremendas guerras sangrientas desde hace siglos, pero muy especialmente a partir de la histórica confrontación entre el cristianismo y el islamismo, ambas hijas del judaísmo.
Ahora mismo, los medios no paran de bombardearnos con noticias truculentas, amenazas y violencia por doquier. De este modo, tenemos un panorama cada vez más complicado, con guerras en Oriente Medio, revoluciones, repúblicas islámicas descontroladas, atentados integristas, etc. Y todo ello no sólo se desarrolla en una cierta zona del planeta, sino que ya se ha extendido a Occidente y a todo el mundo. En efecto, desde la instauración del estado de Israel, hemos observado cómo se producían continuos conflictos entre la comunidad árabe-islámica e Israel, y también hemos visto cómo el apoyo occidental al estado sionista ha sido causa de gran hostilidad hacia los países occidentales (por ende relacionados con el cristianismo). Aparte, el problema original de los palestinos sigue latente y estalla regularmente en forma de altercados o terrorismo. Y por si fuera poco, los medios nos hablan de ciertos países peligrosos para la llamada comunidad internacional, con líderes autoritarios y fanáticos que parecen los típicos malvados sacados de una película de James Bond (véase el caso de Corea del Norte).En fin, sea como fuere, ya tenemos servidos varios focos de máxima tensión desde hace más de medio siglo.
Y muy inocentemente podríamos preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí y por qué no se han dado pasos firmes en solucionar esas “tensiones”, habiendo una organización internacional como la ONU que debería tomar cartas en el asunto. La respuesta, naturalmente, es que la ONU sirve a quien sirve y no interfiere en los planes ya dictados por el poder global; en todo caso, cumple su supuesta función de cara a la galería. Porque con la ONU –a lo largo de sus 70 años de existencia– no ha habido una tercera guerra mundial, cierto, pero sí docenas de guerras “locales” terriblemente sangrientas con millones y millones de muertos, desaparecidos, refugiados, etc. En todas ellas, los síntomas previos de la catástrofe fueron bien obvios y patentes, pero no se hizo nada, e incluso la propia ONU se armó hasta los dientes para tomar parte activa en mortíferas guerras como la de Corea, en los años 50, o en las guerras del Golfo en los años 90 y 2000. En cambio en otras simplemente se lavaron las manos, permitiendo, por ejemplo, el asesinato masivo en la guerra de la antigua Yugoslavia o las masacres interétnicas en Ruanda.
Por supuesto, en el mundo las cosas no pasan porque sí, y la confluencia de varios factores hacia un determinado fin nunca es casual. Dicho de otro modo, las guerras, crisis o grandes conflictos se planean, se preparan y se ejecutan siguiendo un guión bien marcado. En este contexto, es evidente que no se puede pasar del “frío” al “calor” de golpe; hay que ir preparando a la gente con una espiral de enfrentamiento, tensión y miedo. Es la misma cansina historia de siempre, pero que todavía funciona razonablemente bien. El sistema es tan simple como éste: te presento un enemigo que quiere destruir tu mundo –un enemigo que yo he creado previamente– y entonces hay que combatirlo y derrotarlo como sea. Si no te apuntas a la causa, eres un traidor o un cobarde y estás faltando a tu deber con la comunidad.
Así, lo que está pasando es un primer escalón hacia algo que se lleva preparando desde hace mucho tiempo y cuyo resultado lógicamente ya ha estado prefijado, pues nada se deja al azar. Así pues, el objetivo de esta escalada de “terror islámico” hacia Occidente no es más que preparar la justificación para una inevitable matanza global en defensa de una determinada visión de la civilización. Por supuesto, en esta guerra, cada bando cree que su civilización, o su verdad, o su dios está de su parte. Esto mismo, salvando las distancias, sucedió en la civilizada Europa en la década de los años 30, envuelta en un grave conflicto de ideologías (liberalismo, fascismo, comunismo, anarquismo…). Y esa pugna ideológica fue generando –con la inestimable ayuda de los medios– un creciente clima bélico, que a su vez alimentó el militarismo y la tensión política internacional, un círculo vicioso que sólo podía acabar con el estallido de la guerra.
Ahora bien, podríamos decir que todo esto es fácil literatura conspirativa o pura especulación y que no hay prueba alguna de que se organicen las guerras de forma tan maquiavélica. En realidad, nuestros gobernantes no desean la guerra, simplemente se ven empujados a ella (casi por el clamor popular). Lo que ocurre es que la realidad supera con mucho la ficción, y si no, veamos un curioso hecho histórico: en una carta enviada el día 15 de agosto de 1871 por un personaje norteamericano de nombre Albert Pike –declarado satanista y entre otros títulos, Soberano Pontífice de la Masonería Universal– a uno de sus seguidores, el italiano Giuseppe Mazzini (líder nacionalista y masón de grado 33), Pike esbozaba un plan estratégico para provocar tres grandes guerras mundiales con el fin de crear como resultado un Nuevo Orden Mundial.
Antes de seguir, es preciso señalar que, según varias fuentes consultadas, la autenticidad de este documento está fuera de toda duda. Al parecer, esta carta estuvo expuesta temporalmente en la biblioteca del British Museum y pudo ser copiada por William Guy Carr, oficial de inteligencia de la Armada Real canadiense y autor del libro Pawns in the Game (“Los peones en el juego”). El contenido de la carta, que aparece en varios libros, sería un resumen realizado por el propio Carr.
Pues bien, en la carta se exponía que, en primer lugar, se organizaría una Primera Guerra Mundial para que los Illuminati se hiciesen con el poder en Rusia, destronando a los zares e imponiendo un poderoso estado de corte comunista y ateo. Después de la propia guerra, el nuevo régimen sería utilizado para destruir otros gobiernos y para debilitar la religión. En segundo término se crearía una Segunda Guerra Mundial a partir de las diferencias entre los fascistas y los sionistas. Los nazis serían vencidos y de ese modo se facilitaría la creación de un estado de Israel en Palestina. Al mismo tiempo, el comunismo internacional se potenciaría como gran contrapoder de la Cristiandad.
Finalmente, se orquestaría una Tercera Guerra Mundial mediante el enfrentamiento entre los sionistas y el mundo árabe-musulmán, que se extendería a todo el planeta. En este conflicto ambas fuerzas resultarían destruidas y las naciones quedarían totalmente exhaustas y desesperadas, lo que sería una especie de cataclismo global que conduciría a la imposición de un Orden Mundial único (luciferino), después de que las gentes hubieran rechazado la religión (como fuente de todos lo males).
Si damos crédito a esta carta, es evidente que los hechos históricos avalan los planes (o “predicciones”) de Pike sobre las dos guerras mundiales, a la espera de que puede producirse una tercera con los protagonistas ya citados. En este caso vemos que Occidente en su conjunto ya está metido hasta el fondo en este choque de trenes entre judíos y musulmanes. Y, como ya se ha apuntado, nada pasa de la noche a la mañana: debe haber una razón fundada que explique el desenlace. Además, debe darse una cierta gradualidad, pues la opinión pública necesita un tiempo para ser convencida y arrastrada hacia el final deseado.
Así pues, los pasos precisos para llegar a este punto se han ido dando desde las guerras árabe-israelíes del siglo XX hasta la expansión del prefabricado fanatismo integrista islámico, que tuvo su máxima expresión en los famosos atentados de las torres gemelas de 2001, atribuidos oficialmente a Al-Qaeda, que a estas alturas ya mucha gente sabe que fueron un típico episodio de bandera falsa (¡en realidad todos los conflictos son banderas falsas!). Y luego se han ido sucediendo atentados masivos, guerras locales, guerras civiles, disturbios o revueltas, terrorismo indiscriminado, etc. La última fase de esta escalada ha sido la creación de una especie de secta disfrazada de organización política llamada ISIS (nombre esotérico muy propio viniendo de quien viene) que pretende llevar la violencia islámica a todo el mundo.
Y para acabar de cerrar el círculo, tampoco es difícil ver que se está dando una visión pública harto negativa de las grandes religiones, sacando a la luz lo peor de cada casa como el fanatismo, la corrupción, los escándalos de pedofilia, el autoritarismo, la falta de “modernidad”, la persecución de minorías, etc. Y a todo ello habría que sumar las provocadas tensiones internacionales en la lucha por la supremacía económica mundial, con luchas a tres bandas entre China, Rusia y Occidente, en una especie de ajedrez geopolítico mundial. Por tanto, juntando política, economía y religión ya tenemos el deseado cóctel explosivo, un escenario perfectamente planeado para conducir de manera lógica a una consecuencia fatal: el conflicto global a gran escala. Y luego ya se preocuparán los interesados de llenar constantemente las noticias de tanta maldad para que nadie quede al margen del lavado de cerebro colectivo.
Este mecanismo ha funcionado durante muchos siglos sin que nadie se diese cuenta de nada (bueno, no exactamente, pues algunos se dieron cuenta y lo pagaron con su vida). Pero hoy en día ya ha aflorado la suficiente información que demuestra que el mundo no es en absoluto como nos lo venden, sino muy distinto. Aún con todos los errores, lagunas e imprecisiones que hayan podido cometer, varios investigadores nos han mostrado que no hay un “Eje del Mal”, o  “terroristas”, o “enemigos de la paz y la democracia”, etc. Hoy en día ya sabemos que sólo existe una mano que mueve todas las piezas en beneficio propio y en perjuicio de toda la Humanidad. No es una película de ciencia-ficción o de terror, es la realidad, guste o no.
Concluyendo, no hay ningún enemigo que nos amenace, sólo nuestros propios gobernantes, es decir, los que controlan a toda la humanidad (los que dirigen los países e incluso las grandes potencias son meros “funcionarios”). Así pues, que nadie se llame a engaño o alegue ignorancia. Todos los “ismos” ideológicos, religiosos, antropológicos, políticos, económicos, sociales, etc. han sido creados para enfrentarnos unos contra otros durante siglos y milenios, y todo ello en beneficio de una ínfima minoría o élite global.
Ahora, estropearles este fin de fiesta sangriento depende de la actitud y la firmeza de cada persona. Depende de no dejarse llevar por el lavado de cerebro y por el miedo. Depende de dejar de ser un robot idiotizado y empezar a ser lo que realmente somos: conciencia en estado puro que no admite el enfrentamiento a causa de falsas identidades. Digamos basta de una vez por todas a tanta infamia, mentira, odio y miedo. Nosotros no tenemos enemigos porque somos uno. Ni siquiera ellos son nuestros enemigos, por mucho que les pese.
Agradecimientos:
            http://www.lacajadepandora.eu/2015/12/viejos-planes-para-nuevas-masacres/
© Xavier Bartlett 2015 -  Licenciado en Prehistoria e Hª Antigua por la Universidad de Barcelona
Autor del libro “La Historia Imperfecta”, una introducción a la historia alternativa de Ediciones Obelisco

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